Un día sin querer
Un día sin querer el sol se acercó sin permiso y abrigó mi corazón. Trajo consigo la grata
sorpresa de lo inesperado, como alentando la noble incertidumbre que hizo que una vez los dados cayeran del lado correcto.
Un día sin querer, me di cuenta que el tiempo había comenzado a relatar mi propia historia sin
saberlo, como quien dibuja a trazos una servilleta en un bar.
En ese sin querer habita la inocencia de una ignorancia inimputable, dormida que solo sabe que sin querer tiene un precio: el costo de no querer.
Un día sin querer me di cuenta que mi alma sonaba al compás de una melodía no deseada y casi sin querer la rebeldía le dijo no a una partitura heredada de autores tan desconocidamente conocidos.
Entonces un día, sin querer la vida empezó a desafinar tanto…tanto que ya no quería
escucharme, para no saber lo que pasó un día sin querer.
Un día sin querer es un día sin vivir, sin desear, sin elegir, sin sorpresas, sin asombro.
Un día sin querer es coquetear con el olvido y la amenaza permanente del sin sentido, el mismo que angustia cuando no se quiere querer.
Un día sin querer es un pedacito de vida que flota errante a merced de la primera ola.
Un día sin querer es un latido inaudible para la abundancia. La esperanza es un día sin querer dado que quien quiere no espera, va, busca, genera, crea y decide.
La vida tracciona a deseo. El deseo a coraje y el coraje a resultados que a veces se llevan puesta a la vida misma. Solo que esta vez hay vida en el arrojo, la apuesta íntegra. La misma que le da
sentido al sin sentido del no querer.
El deseo sabe más que nadie que no hay monumentos a los cobardes.
Fue un día. Sin querer.
Roberto Rossi
Coach Ontológico Profesional